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martes, 29 de septiembre de 2009

SALVEMOS A LOS GLACIARES


Como ya les había comentado, Guardianes bajo Tierra además de ser una historia de misterio, aventuras y fantasía, también toca temas y cuestiones relacionadas a nuestra tierra.  Y los problemas que lo azotan a son muchos, demasiados. Y son reales. La gran, gran mayoría causados por nosotros.  La tierra es nuestro hogar y hay que cuidarlo. Pero hay que hacerlo ya.  No hay tiempo.

Los glaciares


Los glaciares están retrocediendo de manera alarmante debido al cambio climático. A este paso en pocos años desaparecerán.

Los principales responsables del calentamiento global se reunirán en diciembre de este año en Copenhague para decidir el futuro del planeta.
Pedí a los líderes del mundo que asuman su responsabilidad para salvar los glaciares y el clima del planeta.  Entra a www.greenpeace.org.ar y completá el formulario.


Todos vivimos en él. Todos debemos salvarlo. Todos somos guardianes.



Fuente: Greenpeace

domingo, 27 de septiembre de 2009

Capítulo 3- "El día en que la historia cambió"



            Küntruy apoyó con cuidado la cabeza de su hermano en el piso. Lo miró fijamente a sus ojos que, perdidos en algún lugar, aún conservaban un extraño y especial brillo.  Sus lágrimas caían sobre el rostro de Montuln pero ella no se preocupaba en secarlo. Sentía tristeza, bronca, impotencia. Si tan solo hubiese llegado unos minutos antes podría haber atenuado el efecto de la flecha de Lapeyüm… Se preguntaba una y otra vez por qué se les había ocurrido hacer lo que hicieron pero la respuesta era fácil: los dos sentían igual, pensaban igual actuaban igual. Y nunca hubiesen podido quedarse inactivos, sin hacer nada, ante semejante injusticia y crueldad. Sin embargo, ahora allí yacía su hermano: inmóvil, inerte, muerto. 
Ella no podía dejar de mirarlo. Habían sido diecinueve años de una misma vida, una única vida compartida. Porque era mucho más que su mellizo. Era su amigo, era parte de ella.




Entonces, se dejó caer sobre el cuerpo de el, en un intento de abrazo que duró varios segundos. Casi sin despegarse le besó la mejilla y cuidadosamente le cerró los ojos con su mano. Finalmente, antes de ponerse de pie le susurró acercándose más al corazón que a los oídos.


-Lo único que aliviará mi alma es que se que no has muerto en vano, lo juro. Te quiero y te extrañaré…


            Pero esa misma seguridad con la que pronunció esas palabras, se transformó en miedo y desesperación en un segundo. Porque repentinamente, un gran estruendo pareció quebrar en mil millones de pedazos el silencio del lugar. Küntruy giró su cabeza, ya que estaba de espaldas al horizonte por el que se perdía la playa, y a solo unos metros de ahí acababa de erigirse de la nada una llama de casi tres metros de altura. Pero no era sólo eso lo que la convertía en anormal sino que, además, era completamente negra. Un fuego negro y fuerte que nacía desde la misma tierra y que ardía y crecía cada vez más. Ardía tanto que Küntruy podía sentir que hervía en su piel y en sus ojos llenos de miedo.


-No puedo creer, es el fuego…se dijo con un visible temor que de a poco se convertía en terror.


           Si no fuera porque sus amigos estaban en camino, definitivamente ella ya hubiera vuelto a casa. Pero ahora debía que esperarlos y advertirles, tal como lo hizo Montuln, que no peleen y que había escapar. Afortunadamente, recordó que tenía en su poder la esfera azul de Minchekewün. Se le ocurrió que, quizás, todavía conservaba sus poderes porque era probable que no hubiera pasado más de una hora desde la muerte del anciano. Entonces, al igual que había hecho su hermano para llamarla, la colocó frente a sus ojos.


-¡Duam! Soy yo, Kün. No vengan, vuelvan a casa, ellos están aquí y están decididos a acabar con nosotros: han lanzado el Fuego Iaik. Contesten, ¡por favor!rogó y entonces yo regresaré también.


            El fuego de Iaik era la señal de que quien lo enviara, venía en son de guerra dispuesto a matar, a terminar con cualquier vida que se le imponga. Y después, apoderarse también de sus tierras. Ella lo había visto sólo una vez en su vida pero era sabido que muy pocas veces en la Historia alguien lo había sido usado y solo en situaciones límite. Tenía que huir inmediatamente. No obstante, debía esperar a sus amigos. Quería esperarlos y asegurarse  que retornaran sanos y salvos.


            Fue en ese momento que sintió que se le paralizó el corazón. Alrededor de treinta figuras humanas aparecieron en lo alto de un morro, a medio kilometro de ahí. Llevaban puesto exactamente  la misma vestimenta que los jóvenes y el anciano, pero en lugar de ser blanca, las de aquellas personas eran túnicas completamente negras. Algunos estaban subidos a unos altos caballos, también negros, y otros estaban a pie. Pero todos coincidían en algo: llevaban armas. Armas mortíferas y letales. Arcos y flechas, espadas, sables, lanzas y bastones, entre otras tantas. Todas de gran tamaño y con un brillo especial. Todas preparadas para matar.


-¡Duam! ¡Contés…


           El miedo volvió a interrumpirla. Sin mediar palabra, uno de los hombres ubicado en el medio de una fila que habían formado aquellos extraños individuos en lo alto del morro, había disparado algo que se veía como una bola de fuego negra, que ahora viajaba a toda velocidad y en dirección a ella. Segundos después, ya no era una sola, sino dos. Y tres, cuatro, diez. Todos habían empezado a disparar. Decenas de bolas de fuego negro volaban hacia donde ella estaba parada. No podía defenderse porque era inútil. No tenía con qué responder tampoco, aunque también hubiese sido inútil. Tenía una sola opción que era la de abandonar el lugar mediante el árbol por el que había llegado y después, rezar para que sus amigos pudieran escapar. Si decidía eso, debía hacerlo ya.


Pero Küntruy permaneció allí, inmóvil.  Lucía resignada, como esperando que aquellas bolas de fuego, que no eran más que letales flechas encendidas por el fuego de Iaik, en cuestión de segundos la quemaran y la enviaran con su hermano.


Entonces pasó.
            
Fue tan rápido que no llegó a comprenderlo. Tres destellos blancos aparecieron frente a ella: tres jóvenes más, dos hombres y una mujer con unas extrañas espadas brillantes en sus manos se ubicaron unos metros mas adelante de donde estaba parada.  Y así, desviaron las primeras bolas de fuego. Uno de ellos se arrojó sobre Küntruy y la tiró al piso. Mientras se arrastraban hasta el gran árbol, los otros dos jóvenes rechazaban como podían las flechas que seguían cayendo. Y después todo fue blanco.


              Cuando abrió los ojos el lugar era completamente diferente. Vio sus montañas, sus lagos, su gente. Finalmente estaba en casa. Sin embargo, algo andaba mal.
Toda la comunidad, que vestía igual que ellos, estaba reunida formando una gran ronda. Alguien en el medio, a quien no llegaba a ver, hablaba con una voz que cortaba un ambiente sepulcral.


-Ha sido la gente de Tenshken. No sólo han atacado en Ferradurinha, sino también ha habido ataques devastadores en Cádiz, España, y en Victoria, Australia. Sólo falta confirmar las inundaciones de Ondjiva al sur de Angola pero a esta altura es seguro que han sido ellos. Y las víctimas serían cientos. Creo poder decir que están dispuestos a todo. Seguramente vendrán por nosotros primero, y no será dentro de mucho tiempo. Pero debo decirles también que hoy la Historia ha cambiado y no podemos darle la espalda. 

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¡GRACIAS!


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Gracias a todos los que entraron, los que comentaron y los que no, los que mandaron mails y mensajes al facebook pidiendo por más.


Hoy a la tarde estará publicado el tercer capítulo.


Saludos y nos vemos en el próximo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Capítulo 2- "El comienzo"







          
         Llegó con lo justo, agitado, mojado. El destello blanco, nuevamente, lo había obligado a cubrirse los ojos con el antebrazo y aunque le pareció que tardaba más que otras veces finalmente ahí estaba, otra vez. Una extraña sensación de tranquilidad y silencio se sentía en el aire. El agua del mar ahora estaba completamente calma y más celeste que nunca, como si fuera un fiel reflejo del cielo; el sol no molestaba, no quemaba y se sentía cálido y agradable; no obstante, la misma arena blanca de aquella bahía se perdía de vista en dirección contraria al océano porque allí no había rastros del hotel, ni de las sombrillas ni el pasillo que condujeran a calles que tampoco existían. Sin embargo, sí estaba el árbol. Aquél majestuoso y sólido árbol ubicado, atrás de él, exactamente en el mismo lugar.


Precavido, miró rápidamente en todas direcciones y comenzó a caminar como buscando algo. 
Y entonces, divisó “ese algo” unos metros mas allá, junto una roca. Corrió sin saber porqué, tal vez simplemente porque sintió esa necesidad a pesar de que la arena estaba pesada y se le hacía más costoso. Cuando estaba lo suficientemente cerca para ver de qué se trataba, el joven se detuvo en seco. El corazón le dio un vuelco al ver el cuerpo de un anciano desparramado junto a la enorme piedra. El hombre llevaba puesto una especie de vestido blanco cruzado por una suerte de liana a la altura de la cintura y dejando sus pies y sus brazos al descubierto. Su cara estaba desencajada y los ojos estaban abiertos mirando a ningún lado. Pero aunque el joven lo suponía, igualmente quiso corroborar si respiraba, si tenía pulso. Pensó que había pasado muy poco tiempo y que tal vez…


Pero no tuvo éxito, y más rápido aún su anhelo se convirtió en desazón y la desazón en una profunda tristeza.


Y entonces se dio cuenta de que el peligro ahora lo corría él. Había roto las reglas, sí, pero aunque los suyos lo entenderían, había arriesgado mucho y a muchos. De hecho, Minchekewün había muerto y sabía que los que habían acabado con el anciano venían por él si es que no andaban todavía escondidos por ahí. Automáticamente cerró los ojos y, concentrándose, susurró para sí mismo.


-¡Küntruy! ¿Dónde diablos estás? Debías estar aquí, con Minchekewün.


El joven se quedó quieto, en silencio y con los ojos cerrados esperando una respuesta que por el momento no llegaba.


-Contéstame, ¡por todos los cielos!


El chico se acercó al cuerpo del anciano y con cuidado, lo corrió a un lado descubriendo las cenizas de lo que había sido una especie de hoguera rodeada por pequeñas rocas blancas. Al verla su cara otra vez denotó preocupación.
-¡Maldición! – bramó.


Fue en ese momento que cayó al piso tras sentir un terrible dolor en el gemelo izquierdo. Aturdido por sus propios gritos, vio que algo semejante a una flecha le había atravesado la pierna. Era plateada y emitía un brillo que encandilaba.
En cuestión de segundos, la pierna empezó a tomar un color morado: era la flecha de Lapeyüm.El joven sabía que si no conseguía ayuda urgente moriría en algunos minutos. A causa de la herida de la flecha o simplemente porque ellos, si no fallaba en los cálculos, estaban a menos de un kilometro de ahí.


Sin perder tiempo, tomó la flecha con las dos manos y cerrando los ojos, apretó los dientes y tiró de ella hacia afuera. Entonces volvió a gritar pero esta vez como nunca lo había hecho antes. Sintió como al salir, la flecha le desgarró la pierna por dentro. El dolor que le producía ya era insoportable pero al menos había logrado sacarla. Con gran dificultad, giró sobre sí mismo para quedar junto al cuerpo de Minchekewün, metió la mano por debajo de la vestimenta del anciano a la altura del cuello y le arrancó un largo collar del que colgaba una esfera azul. Tras colocárselo él, se puso de pie y ubicó la esfera frente a sus ojos. Entonces, mirándola fijamente exclamó:


- Mütrümün.


Echó un vistazo al enorme árbol, allá cerca de la orilla y luego, nuevamente, volvió a fijar la mirada en la bola azul. Cerró los ojos.
- Por favor –rogó el joven con visible preocupación– ¡Mütrümün!


Inmediatamente, surgió desde y frente al tronco del árbol un destello blanco y brillante. El joven sonrió y empezó caminar lo más rápido que pudo, ya que correr le era imposible, en dirección a aquel extraño resplandor. Arrastraba la pierna y le costaba mantenerse parado. Pero aún así no se dejaba vencer por el dolor. No había tiempo. Nunca había tiempo.


A medida que aquella luz se apagaba, se iba conformando una figura que terminó siendo la de una mujer. Una joven y bella mujer vestida igual que el anciano. Sus ojos eran verdes y cristalinos como el mar que decoraba esa playa. Hacían un perfecto contraste con su pelo negro que casi le llegaba a la cintura. Cuando la chica lo vio mostró también una sonrisa que, sin dudas, era igual de deslumbrante que el resto de su cuerpo.


-¡Küntruy!, –gritó él, que ya casi llegaba hasta donde se encontraba la mujer–¿Dónde has estado? –preguntó jadeando y pareció que estaba a punto de llorar. Su cara mostraba dolor y sufrimiento.
-Oh, Montuln, perdóname. Intenté ayudar –respondió ella– ¡Montuln, no! – el joven había caído al piso. Su cara se estaba poniendo morada también.


Küntruy, con lágrimas en los ojos le tomó la cara con las manos. Ya se había dado cuenta de lo herido que estaba el muchacho y qué era lo que le había causado la herida.
-Vamos, Mon, resiste, ya le avisé a los demás y vienen por nosotros. ¿Hace cuanto que…?
Pero Montuln lloraba y solo miraba a su hermana.


-Vete Küntruy. Vete y sálvate –la interrumpió– diles a los demás que no peleen porque morirán también. Ellos ya han llegado y son más. La guerra ya empezó pero eso no significa que hoy debamos suicidarnos acá. Reúnelos a todos para ver cómo seguir.


El joven, con visible esfuerzo, se quitó el collar que había tomado del anciano y se lo colocó en el cuello a su hermana. Y ella, al verlo, ahogó un grito de tristeza.


-Llévaselo a Quimval. Dile que Minchekewün se ha ido en paz.
Küntruy tampoco cesaba de llorar. Lo abrazaba. Pero Montuln ya había cerrado los ojos y sonreía, como el anciano. Tal vez porque había cumplido, al menos con su parte.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Capítulo 1: "Misterio en el desastre"




 
          La señora, de unos cuarenta años de edad reposaba sobre la cálida arena blanca de la pequeña Praia da Ferradurinha ubicada al sur de Buzios, en Brazil. Como si fuera una diminuta porción del Edén, apenas llegaba a los cien metros de longitud pero aún así las treinta o cuarenta personas que la disfrutaban parecían abarrotarla. Algunas nadaban y otras, como si fuera un jacuzzi natural, solo permanecían ahí, quietas, dentro de la verde agua cristalina. Otro grupo, al igual que aquella mujer, se rendía al potente sol de mediodía que ya se sentía en forma de ardor en la piel. Por momentos, hasta daba la sensación de que el calor podía verse desprendiéndose de las rocas de los morros que rodeaban la bahía. Ella, sin embargo, llevaba puestos unos anteojos para protegerse; pero aún así el sol le mantenía los ojos cerrados por largos períodos de tiempo que, de no ser por su hijo que jugaba con la arena a unos diez metros de allí, seguramente ya estaría durmiendo.
Adeilton, en su cuarto verano de vida ya merecía la categoría de experto en el arte de armar castillitos. Desde sus primeros días de veraneo, su padre que siempre había deseado ser arquitecto, le había enseñado diferentes tipos y formas de hacerlos. Aunque como todo niño que hace y deshace cualquier cosa que haya hecho, él solía ubicarse bien lejos de la orilla, casi pegado a una verja que limitaba un terreno de un hotel con ubicación privilegiada. De tal forma podría evitar que sus fortalezas de arena sufrieran un derrumbe por culpa de las olas: eso sí que no lo soportaría.
Pero fue así como las primeras lágrimas llenas de angustia humedecieron sus pálidas mejillas para finalmente convertirse en un desconsolado llanto. Ocurrió cuando una diminuta ola lo suficientemente grande para él, por fin alcanzó- sorprendentemente- y desvaneció bajo el agua su castillo.
Entonces el niño lloró. Y lloró ya cada vez más fuerte. Bruscamente, su madre despertó de su fugaz letargo y lo buscó con una mirada que evidenciaba un dejo de preocupación. Pero allí lo vio sentado y bien, sólo quejándose por lo ocurrido. En ese momento, una segunda pequeña ola con una inusual fuerza llegó nuevamente a donde se encontraba el chico. Esta vez, el agua le cubrió las piernas, lo que provocó que el sollozo se transformara en gritos desesperados. Ahora sí, su mamdre se levantó y comenzó a caminar hacia el niño dispuesta a consolarlo, pues no veía que hubiera posibilidad de que el lamento cesará por arte de magia.




Pero ya no había más tiempo.



Un agudo y estruendoso grito apagó el llanto del niño: el grito por el cual una madre daría su propia vida por no pronunciar jamás. Un joven extraño que ella juraría haber visto aparecer de la nada, acababa de tomar a su hijo por la espalda y corría a toda velocidad en dirección al angosto pasillo por el cual se entraba y se salía de la playa. Intentó alcanzarlo.



Pero ya no había tiempo para más.


La mujer vio impotente como aquel ser le había a arrebatado a su hijo frente a sus narices y se lo llevaba corriendo con total impunidad. La desesperación, el miedo, y el shock que le produjo aquel secuestro la habían transportado a una suerte de mundo paralelo: mientras perseguía al individuo, jamás reparó en la gigantesca ola que se aproximaba a la orilla.
Pero sólo unos segundos antes de que la furiosa marea alcanzase la costa, fue testigo de algo que sus ojos no lograron comprender: el joven, con Adeilton en brazos, cruzó el umbral del pasillo y, con el mismo envión que llevaba, traspasó el tronco de un majestuoso árbol que custodiaba la entrada a la playa y se desvaneció como por arte de magia.


Y entonces, la inmensa pared de agua, del tamaño de un edificio de cuatro pisos, no le dio tiempo de reaccionar a los bañistas. Los que intentaba salir del agua apenas llegaron a tocar la orilla. Los que habían estado acostados y disfrutando lo que era un hermoso día de playa ahora corrían en todas las direcciones, presas del horror y la desesperación. Pocos llegaron al pasillo que funcionaba como la única a salida a una calle aledaña. Los demás, los restantes, fueron arrasados por la gigantesca ola como si fueran parte de aquel paisaje que ahora yacía destruido e irreconocible.

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Las noticias del día posterior sólo hablaban del desastre en la costa sur de Buzios. El Tsunami que no había podido prever ningún sistema meteorológico había devastado con todo a su paso en las playas brasileñas, con foco principal en las turísticas bahías de Ferradurinha y Geriba. “Según los datos extraoficiales el fenómeno habría acabado al menos con la vida de noventa y ocho personas”. Pero todos, absolutamente todos hablaban del milagro: el milagro de dos bebes que sobrevivieron en Geriba y se recuperan favorablemente. Pero aún más sorprendente, el milagro de un niño de cuatro años que fue encontrado en Ferradurinha completamente ileso, lúcido, sin signos de golpes o marcas de ningún tipo y abrazado a su madre moribunda que -gravemente herida- se recupera en el hospital...

Guardianes bajo Tierra

Mi nombre es Tomás Criado. Escribir es sentir y hacer sentir. Quizás éste no sea un libro convencional porque no tiene tapa dura, ni hojas que doblar para volver a encontrarlas. Tal vez no se pueda leer en la cama. Pero la esencia es la misma. Y quizas por no tener los medios, publicarlo por aca sea la opcion mas accesible. Tiene la ventaja de llegar a todos. Hoy voy a dejar el primer capitulo de la historia. Ojalá me obliguen a publicar el segundo. Un gran saludo.
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